Se dice con el alma
mojada de poesía:
"tú eres una encina
que da una sombra fresca a mis caminos,
reposo y alegría
como un ungüento fresco a mis heridas".
Se dice en el susurro
de un seto reventado de geranios:
"Tu ombligo es manantial
que cura toda sed en mi interior,
mi lengua se refresca en tu frescor".
Se dice con la luna
tallada en la mirada de la noche:
"tu cuerpo es un racimo
apetecible y dulce que devoro
en esta excitación de poemarios".
Se dice con los ojos
preñados de armonía:
"tus pechos son dos panes
que quitan toda el hambre
y calman toda gana de saciarme
en medio de la noche,
cuando a tientas los encuentro".
Se dice y se toca
por esa cordillera descubierta,
con grande inspiración, casi sin fondo,
su piel de porcelana,
su geografía
su alma,
su jardín...
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