En una esquina, simple y olvidado,
apenas enredado en unas rimas,
tenía el corazón en una mano
Impávido de instantes y sensible,
a veces encendido y apagado.
El mundo, se cuajaba en mis adentros
como niebla que cruza las ramas de un árbol,
o cual rayo nocturno y endeble
que rasga las cortinas de mi cuarto.
Y todo fue distinto en esa hora
que mi vida resumida fue en un canto.
El río más sagrado de mis versos
desbordaba alegría y algo de espanto,
las piernas temblorosas de un segundo
abrieron su florecita de amaranto,
y desde fondo de su tierra
desde su continente amarrado
saltó la primavera su recinto
y todo fue un derroche de estrellitas con su encanto.
Saltaron los poetas que dormían
en las claras alamedas de mis labios
¡Nació, nació, la niña gritaba mi sangre
y por primera vez, aquella tarde a mi pequeña la tuve en mis brazos!...
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