Para José Pablo Murillo.
Yo nunca tuve un amigo como Chepe.
De hecho no sabía que el café
colgaba en los comercios,
en letreros desnudos sin ojos,
ni que minúsculas galletas
le acompañaban cuando el mundo
abría
su boquita capitalista,
hambrienta de ganancias,
de no ser por este extraño amigo,
de ojos grandes —casi matemáticos—
de un hablar pasivo,
generoso, amante del ocio
más que del compromiso
que tiraba de sus miembros.
Yo no sé qué sería de mi andar
por esta capital escandalosa,
cuadriculada, y de negocios
clandestinos de tomate,
de no ser por Chepe.
Para mí y para el poeta que me representa
—debajo de las prendas
que cuelgo en el perchero de la inspiración—
hay que saber que decir
cuando se recitan las tardes,
pero chepe entiende a las mujeres,
más que así mismo,
y habla como sádico retórico
porque él sabe de las quejas mujeriles,
del golpe certero que dan sus reclamos
cada lunes dormido que aprieta entre sus dientes.
Los vasos de café con espuma,
trepan por su boca sin gestos graciosos,
porque él, domina la palabra
al tiempo que yo doblo las mías en silencio.
Un día me llamó sin ruta ni aposento,
felizmente de tomar un bus sin razón;
¿Adónde iba? Nunca nadie acertó.
Chepe es raro, pero yo
nunca he tenido un amigo como él.
A veces, extraño su vocablo de niña agredida
y su mirada de crímenes callados.
Porque antes en San José mataban,
ahora, después de chepe, matamos nosotros
¡Con una cuchara plástica!
¡Con un helado sin servilleta!
¡Con un café espeso y en oferta!
Una noche sin álgebra
Chepe me relató su futuro inverosímil
—se parece tanto al mío,
que lloramos un milagro
en la plaza de la cultura—
y desde entonces medito en mi presente.
¿Dónde estará chepe?
¿Pensando en un amor peruano?
¿Encarando al niño adinerado?
¿Enrredando su perfume
entre informáticos sin nombre?
El avioncito de papel de sus buenas intenciones
vuela tan alto,
que suelo pensar en mi amigo,
cuando cae el racimo de recuerdos
en mi memoria madura de versos.
No siempre encontraremos
en un " chinamo" antiguo
un amigo como Chepe,
noble, generoso
vendiendo melcochas coloridas,
cajetas, platanitos
y esas cosas que vomito cuando viajo a la playa en un bus ochentero,
pero doy gracias al Dios de los misterios
por mi amigo,
porque de hecho, nunca he tenido ,en lo personal
un amigo tan raro y agradable como él
que me hiciera entender
lo que nunca explicó.
(El valor de una amistad)
3-6-15